El estructuralismo, como método y fórmula de entender el Mundo, especialmente aplicado en las Ciencias Sociales, alcanzó su culmen como paradigma epistemológico en la década de los setenta del siglo pasado.Esa concepción de los fenómenos sociales buscaba encontrar debajo de la complejidad de la vida y de variedad de las actividades humanas, su estructura, es decir, el elenco de relaciones permanentes que hacen a los humanos pensar, saber, sentir y actuar y explicar las conexiones entre esos fenómenos aparentemente dispersos e inconexos.El estructuralismo daba un orden al mundo, un sistema relacional, cuyo tenor funcionaba, en general, armónicamente; paz que, solamente, era superada por las actuaciones irracionales de los propios seres humanos y por fenómenos episódicos, circunstancias coyunturales y epifenómenos, incapaces de alterar la sustancia.El estructuralismo servía para cualquier ideología política y en cualesquiera Ciencia Social en la España de aquella época teníamos egregios representantes desde el marxismo superficial y de baja calidad, manifestado, verbigracia, por el panfleto de Martha Harnecker (discípula del otrora famoso Luis Althusser[1]) "Los conceptos elementales del materialismo histórico"[2] hasta las visiones económicas de José Luis Sampedro (del cual cabe decir que, como polímata era bueno pero, como economista, sus conocimientos dejaban mucho que desear)[3] o el clásico de los clásicos, "Estructura económica de España", superventas en el ramo[4]. Pero estructuralismo había en todo desde la clásica Lingüística, modelo Saussure, hasta...el Derecho Tributario, donde solemos hablar del "sistema tributario" vigente en un país y en un tiempo dado.DEL SISTEMA TRIBUTARIOY la razón del uso de este término resulta ser, precisamente, su utilidad porque, al igual que la palabra "estructura", da seguridad, permite eludir la presión de una coyuntura imprecisa, evanescente y, seguramente, sin futuro y expone, de manera comprensible, lo que se pretende o, al menos, lo que intenta el poder conseguir con la maraña de impuestos, tasas, contribuciones, gabelas etc. y sus múltiples y variables normas.Hablamos, por tanto, de "sistema tributario" porque este concepto, esta visión general, ayuda a nuestra racionalidad, da seguridad en la exposición de los tributos que aplicamos y sobre los cuales se legisla constantemente, dota de sentido a nuestro significante "impuesto" y nos aleja de los fantasmas de la irracionalidad, inapropiada, al parecer en una sociedad moderna crecientemente científica, tecnológica y digitalizada.Pero el "sistema tributario" se construye a partir de las decisiones políticas de una Comisión, un ministro, un equipo, un reformador, etc. quien, imbuido del poder necesario para conseguir unos determinados fines, plantea un conjunto armónico de tributos, relacionados entre sí, bajo unos principios tributarios y una jerarquía de los mismos claramente establecida; funcionando, además, tales tributos de manera armoniosa y coordinada y siendo, por último, aplicados por una Administración tributaria adecuada, ya que "la Administración Tributaria es la reforma tributaria".Conseguir estas condiciones y disponer de apoyo político para cambiar el sistema tributario vigente en un país y en un momento preciso no es tarea fácil, sino hercúlea y, por ello, en cada nación se identifican hitos históricos y se ponen nombres a los reformadores, caso de la Reforma Mon-Santillán de 1845; pues es siempre muy arduo cambiar significativamente la distribución de la carga tributaria, modificar la legislación, transformar la cultura funcionarial y los modos de gestionar el impuesto y conseguir que no haya un rechazo popular e, incluso, una revolución, cuyo estallido impida al proyecto de reforma tributaria alcanzar, siquiera con restricciones, sus fines fundamentales[5].NUESTRA HISTORIA COMO EJEMPLO Y MALA PRÁCTICAPor ello, aunque ya hayan pasado muchos años, nuestro "sistema tributario" sigue respondiendo, básicamente, a lo expuesto por el "Libro Blanco de la Reforma", desarrollado por el equipo del añorado profesor Enrique Fuentes Quintana hacia 1976 (por cierto, se aproxima el cincuentenario y nadie en las instituciones públicas parece pensar en la necesidad de celebrar tal efeméride).No se trata de negar que, desde entonces, han existido muchas modificaciones (sin duda, demasiadas) del sistema tributario español, por no hablar de su Administración Tributaria (de hecho, significativamente, podíamos argumentar que lo verdaderamente revolucionario en . . .
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